lunes, 24 de agosto de 2009

Mil intentos y un Invento

Esta historia proviene de mi infancia, hecho que significa mucho ya que la mayoría de mis recuerdos son más alegóricos que reales. El título de esta entrada hace referencia al nombre de la película de García Ferré. Sí el mismo, con Antiojito, la bruja Cachabacha y todos ellos; pero lo que se marcó a fuego en mi memoria es un episodio que ocurre dentro de la trama principal.
Es la historia de una espada y una lanza. La espada era el estandarte y emblema de la familia de la casa que custiodaba. Se erguía noble, poderosa y llena de orgullo en uno de los salones principales; propio y de esperar dentro de la definición de una espada.
Fuera, en el invierno y la nieve se levantaba como todos los demás un fierro con final en punta formando en línea paralela con los demás, la reja de entrada de la casa. Es así que ésta, ahora lanza, sentía que no era ese su lugar y cuestionó la situación privilegiada de la espada retándola a duelo. Con fiereza lucharon ambas pero fue la lanza quien prevaleció.
A estas alturas mi cabeza tenía las siguientes imágenes: Las cosas tienen un orden. Ese orden puede cambiar.
Juro que no quiero hacer política ni propaganda. No vengo a hablar de los oprimidos ni de la corrupción del poder, pero la expresión caricatutizada de la lanza vencedora se imprimió en mí de tal forma y sentí tanto miedo que con tan pocos años de edad aprendí sin saberlo aún que es la soberbia, y que no la quería para mí.

No es qué, es cómo.

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